El Reino de los Cielos en la tierra se asemeja al viento en movimiento, una alegoría que nos ayuda a comprender la naturaleza y la misión de los hijos de Dios en la extensión de este Reino. El viento es genuino y cumple su propósito, llenando todos los espacios y convirtiéndose en una parte indispensable de la vida. De manera similar, el Reino de los Cielos debe extenderse de manera auténtica y cumplir su propósito divino, llenando cada rincón de la tierra con la presencia de Dios.
El viento es una fuerza natural que no se ve, pero se siente. Su presencia es innegable y su impacto, significativo. El viento llena todos los espacios, desde los más abiertos hasta los más recónditos, y se convierte en una parte esencial de la vida. Usualmente no hace ruido, sino que se mueve con una frescura que renueva y revitaliza. Así también, el Reino de los Cielos debe ser una presencia constante y renovadora en la vida de las personas. Los hijos de Dios, como el viento, deben llevar frescura y renovación a donde quiera que vayan, cumpliendo el propósito divino.
“El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu” (Juan 3:8).
El viento tiene una dirección que solo el Espíritu conoce. De la misma manera, la obra de Cristo en la tierra es guiada por el Espíritu Santo. Los hijos de Dios no siempre saben hacia dónde los llevará el Espíritu, pero confían en su guía y se dejan llevar por su dirección. Esta confianza en la guía del Espíritu es esencial para la extensión del Reino de los Cielos. Como el viento, los hijos de Dios deben estar en constante movimiento, renovándose y adaptándose a las direcciones del Espíritu para cumplir con la obra de Cristo en la tierra.
“Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” (Romanos 8:14).
En Daniel 2:35, se nos habla de una piedra que se convierte en una gran montaña y llena toda la tierra. Esta profecía se cumple ante nuestros ojos en la extensión del Reino de los Cielos, que debe llenar toda la tierra con la vida y la presencia de Dios. Donde estén los hijos de Dios, allí estará la vida. Extender el Reino es dar testimonio de vida, testimonio de que somos el cuerpo de Cristo, listos para dar y extender la mano que sirve al prójimo.
“Entonces fueron desmenuzados también el hierro, el barro cocido, el bronce, la plata y el oro, y fueron como tamo de las eras del verano; y se los llevó el viento, sin que de ellos quedara rastro alguno. Mas la piedra que hirió a la imagen fue hecha un gran monte que llenó toda la tierra” (Daniel 2:35).
Es el viento el encargado de llevarse todo lo desmenuzado por la piedra, hasta que todo sus enemigos queden derrotados a sus pies. Tienes una parte que hacer en este plan divino con tu testimonio, esa es la justicia que debes completar.
El testimonio de vida es esencial para la extensión del Reino de los Cielos. Los hijos de Dios deben ser ejemplos vivos de la presencia de Cristo en la tierra. Su vida debe ser un testimonio constante de la obra de Cristo y de la guía del Espíritu Santo. Como el viento, que se mueve silenciosamente pero con un impacto profundo, los hijos de Dios deben llevar el mensaje del Reino de manera genuina y efectiva con sus vidas como modelo a seguir, tocando las vidas de aquellos que encuentran en su camino.
“Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder” (Mateo 5:14).
Extender el Reino de los Cielos también implica servir al prójimo. Los hijos de Dios deben estar siempre listos para extender la mano y ayudar a aquellos que lo necesitan. Este servicio es una manifestación tangible del Reino de los Cielos en la tierra. Como el viento que refresca y renueva, el servicio al prójimo trae frescura y renovación a la vida de las personas que reciben el testimonio vivificador de Cristo. Es a través de este servicio que el Reino de los Cielos se hace presente y se extiende en la tierra.
“Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí” (Mateo 25:35-36).
“Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15).
Somos el modelo del Reino, no religiosos legalistas. Somos el modelo del Reino, no amadores del pecado. Somos el modelo del Reino, no seguidores ciegos que no cuestionan a sus autoridades por un distorsionado entendimiento de la paternidad. Somos el modelo del Reino, los Sadrac; Mesac, y Abed-nego de esta época.
Cumple con tu parte del Pacto, cumple con tu responsabilidad de ser Hijo de Dios.