Estamos en deuda con uno de los dos pilares por parte del hombres, donde descansa la extensión del Reino sobre la tierra.
El reinado y el sacerdocio son los dos principios fundamentales que rigen a un ciudadano del Reino. Apocalipsis 1:6, 5:10, 1 Pedro 2:9, Éxodo 19:6 y Hebreos 7:1-2 son versículos que respaldan esta afirmación. Es lo que siempre ha querido Dios para el hombre, tanto en el Edén, como en el antiguo pacto y en el mejor pacto.
El reinado se ejerce a través de gobernar lo creado, es decir, sojuzgar y señorear animales, plantas, recursos naturales y todo lo demás debajo del sol, con excepción de los hombres. Por otro lado, el sacerdocio se ejerce haciendo sacrificios por el bienestar del prójimo, es decir, yo menguo para que otro crezca.
De estas dos actividades fundamentales, el sacerdocio es quizá la menos comprendida. Es por eso que necesitamos profundizar en esta significativa tarea. Jesucristo no vino para ser servido, sino para servir, como dice Mateo 20:28. Y en Lucas 22:26, Jesús dice: “Pero no es así con vosotros; antes, el mayor entre vosotros hágase como el menor, y el que dirige como el que sirve”.
El servicio es el sacrificio del nuevo pacto. Este debe ser realizado desde el amparo del amor; dicho de otra manera, el único interés de servir debe ser causar bienestar al prójimo por ser la imagen del Dios invisible y así glorificaremos a Dios. Cuando servimos desde esa posición, ejercemos el sacerdocio al que fuimos llamados. Así se manifiesta un hombre redimido en el Reino de Dios.
Cuando servimos en el ideal de Cristo, provocamos el ambiente propicio para que la gracia y el favor de Dios se hagan presentes. Presta mucha atención a los siguientes versículos; ellos responderán con creces al anhelo del corazón de aquel que quiere servirle al Señor:
– **Efesios 6:7-8**: “Sirviendo de buena voluntad, como al Señor y no a los hombres, sabiendo que el bien que cada uno hiciere, ese recibirá del Señor, sea siervo o sea libre”.
– **Colosenses 3:23-24**: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís”.
– **Mateo 25:40**: “Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”.
¿Qué tienen en común estos tres versículos? Que todo servicio debe hacerse no viendo la debilidad o fortaleza del hombre, ni tampoco su condición o circunstancia, sino que al que servimos es al mismo Dios. Servirle a Dios es tan sencillo como extender el favor a alguien que lo necesita, y cuyo único propósito de hacerlo es por amor.
Las personas se preguntan cómo pueden aprender a amar a Dios. Y la respuesta está ante los ojos de todo hombre y mujer sobre esta tierra: basta con ver a tu alrededor y hallarás la oportunidad de hacer el bien.
Un error muy común en el que todos caemos, es confundir el sacerdocio con un hombre que usa sotana, un pastor que predica desde un altar o alguien que dirige algún ritual religioso.
Desde que Cristo murió en lugar de nosotros, el Padre no acepta más sacrificios, ya que este fue perfecto, una vez y para siempre.
Entonces, ¿cuál es el sacrificio del que estoy hablando? Hablo de un sacrificio que revela quién está en mí y yo en Él. Hablo de un sacrificio que evidencia de quién soy y a cual ciudadanía pertenezco. Hablo de un sacrificio que solo aquel que ha nacido de nuevo puede manifestar.
Cuando hablamos de sacerdocio, no podemos desligarlo de su prominencia en la familia.
Efesios 5:25 es un buen ejemplo para explicar cómo el padre de familia está llamado a ser el sacerdote de su hogar: “Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se entregó a sí mismo por ella”.
¿Cómo se entregó Cristo por su iglesia? Dándolo todo, hasta su vida. Esto es sacrificio. Un hombre no es el sacerdote del hogar porque dirija el llamado altar familiar; es sacerdote porque vela por la integridad física y espiritual de toda su familia, aunque esto le lleve a gastar su vida.
El sacerdote ora a tiempo y a destiempo, busca conocer al Señor y pasar ese conocimiento a su familia, siempre está alerta ante cualquier riesgo para colocarse en medio de la línea de fuego, y su descanso es ver a su familia transitar el camino de justicia.
Ahora bien, el papel de la mujer es complementario y proporcional al del hombre en el menester del sacerdocio. Al estar en el Reino son una sola carne, esto es orden divino, en consecuencia la responsabilidad es una.
Éste último comentario me da pie para aclarar que la llamada sujeción en el matrimonio, es la instrucción dada por Dios a la pareja que se encuentra en desorden, dónde no se ha alcanzado la unidad. En éste caso se busca establecer el orden por el ejercicio de la sujeción.
El sacerdocio en la familia, es una tarea hermosa que comparten los padres, que son el modelo a seguir por sus hijos.
Finalmente, el rescate del sacerdocio dentro de su verdadero contexto y propósito para la extensión del Reino, es una responsabilidad que no podemos dejar de asumir. Por sí solo, el ejercicio de gobierno no basta para la extensión del Reino sobre la tierra. El ejercicio del sacerdocio es elemental y uno de los dos pilares sobre los cuales descansa la manifestación de los hijos de Dios, que tanto anhela la creación.