El hombre fue creado sin fallas, pero también fue creado con necesidades como todos los seres vivos.
Y así como todos los vivos tuvieron seres de su misma especie, el hombre también necesitaba a otros hombres de su misma genética. Dios dijo: “no es bueno que el hombre este sólo”. Ahora habían dos, varón y varona para que cada uno apreciara la imagen y semejanza de Dios viendo al otro.
Las necesidades del hombre creado son tanto fisiológicas como relacionales. Fisiológicas por cuánto necesitamos de los alimentos, la luz y el agua. Y relacionales por cuánto necesitamos de una imagen para tener inspiración por ser seres espirituales.
Son nuestras necesidades mal satisfechas las que abrieron la puerta a la perversión de nuestro diseño divino.
Fuimos diseñados para relacionarnos con Dios a través de Él mismo y de nuestro prójimo, también fuimos diseñados para ser dependientes. Querer ser más de lo que somos, fue una necesidad creada e implantada por el engañador en nuestra mente para que violentáramos el diseño de dependencia. El varón y la varona no llegaron a ser uno, la varona en estado de debilidad bebió de la idea de la serpiente por estar sin la imagen correcta del varón.
La palabra empoderamiento tanto en su significado, como en el contexto cristiano, sugiere y motiva al hombre en su búsqueda de poder que fácilmente puede inspirar el sentido de independencia. Esto, lejos de ser correcto, se puede volver contraproducente en el hombre que busca el verdadero sentido de dependencia en nuestro Señor.
Así como un carrito de juguete necesita pilas para funcionar, así mismo el hombre necesita de Dios para operar plenamente, así fuimos diseñados, ésto no es parte de un error, el error es querer operar independiente de Dios.
Mientras más nos hagamos conscientes de ésta dependencia, más vamos a llegar a apreciar su presencia, desarrollaremos afectos perdurables hacia nuestro Dios que nos harán disfrutar más de Él.
Se ama lo que se disfruta, y podemos aprender a amar, en consecuencia, aprendamos a disfrutar de Dios.
Sin Dios, el hombre sólo puede llegar a experimentar el querer al que mal llama amor, creando lazos afectivos que en la gran mayoría de los casos son condicionados. En Dios, las conexiones afectivas son poderosas, se vuelven inquebrantables e incondicionales.
El hombre que logra experimentar algún cambio profundo en su vida y que lo orienta al propósito divino, evidencia que en algún lugar de su corazón Dios es rey; y donde Dios reina, hay amor.
Pidámosle a Dios como dijo el salmista: “examina mi corazón “, es posible llegar a amar a Dios sobre todas las cosas porque fuimos diseñados para eso.