Negarse a la verdad, un error para doctos e indoctos
Juzgar ligeramente es fácil, especialmente si no hay temor. Pero eso jamás excusa el evadir la verdad, ni justificar conductas para escapar de las responsabilidades. Como dice el refrán: “No hay peor ciego que el que no quiere ver”.
La mayoría llega solo hasta donde su amor propio les permite. Los que aman a Dios, en cambio, rompen esos límites con una fuerza que trasciende lo humano.
Fuimos creados para amar, y nuestras emociones y sentimientos están diseñados para fortalecer ese propósito. Pero, ¿qué ocurre cuando se desvían hacia un objetivo equivocado? Llamamos “amor” a lo que no lo es, y en ese desvío, el propio proceso de amar nos sumerge en la confusión, alejándonos de lo verdadero.
El objeto verdadero del amor es Dios. Si Él no ocupa el centro de nuestro amor, es imposible llegar a amar verdaderamente, aunque podamos sentir o creer que hemos amado otras cosas. El amor fuera de Dios es virtual, sólo una sombra de lo que debería ser.
La justificación sin Dios es como una pala que cava, día tras día, el hoyo de la muerte eterna. No caigas en la trampa de justificarte. En lugar de eso, abraza tu responsabilidad y cumple, en este tiempo, las obras que fueron preparadas de antemano para que andes en ellas. Solo así caminarás en la luz y en el amor verdadero.
¿Cómo cambiar a quien no quiere hacerlo? Quizá el error está en lo que entendemos por “cambiar.”
Cambiar no es ajustar, mejorar o disfrazar el fondo con formas nuevas. Cambiar es renacer: es reemplazar muerte por vida, tinieblas por luz, y la cruz por resurrección. Es transformación total.
Cambiar no es dejar de mentir porque es malo, es hablar verdad porque desconozco la mentira. Cambiar no es cumplir los mandamientos para que me valla bien, es amar a Dios y los mandamientos se cumplirá solos.
Cambiar no es simplemente abandonar la mentira por considerarla mala, es vivir en la verdad porque la mentira ya no tiene lugar en ti. Cambiar no es cumplir los mandamientos por conveniencia, es amar a Dios tan profundamente que los mandamientos se cumplen por sí mismos. Es la transformación del ser, no del hacer.
“Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas.”
Apocalipsis 21:5
Cuestionar lo que creemos es no solo útil, sino esencial. La Palabra de Dios permanece perfecta, pero nuestra comprensión de ella puede no serlo. No te acomodes en lo limitado; no hagas de un lago tu nueva pecera, no te conformes hasta que nades en el océano.
¿Cuál es el evangelio diferente que no debes recibir? ¿Es el nuevo que ahora escuchas, o es aquel viejo que, cuando fue nuevo nunca cuestionaste? Muchas de las doctrinas en las que confías ciegamente tienen apenas 200 años, mientras que la Iglesia del Señor ha caminado más de 2000. Examina todo, porque lo eterno no teme ser puesto a prueba.