Amados hermanos y amigos, es un placer estar con ustedes a través de este escrito para hablar de un tema que nos interpela a todos: El reino de los cielos como realidad presente en la tierra.
Sabemos que vivimos en un mundo que necesita urgentemente de cambios, de transformaciones, de conversiones. Sabemos que hay muchas situaciones de injusticia, de violencia, de opresión, de exclusión, que claman al cielo. Sabemos que hay muchos hermanos que sufren, que lloran, que mueren, que no tienen voz, que no tienen pan, que no tienen dignidad.
Pero también sabemos que hay una fuerza que nos mueve, una esperanza que nos anima, y un amor que nos impulsa. Sabemos que hay un Dios que nos envía, que nos confía su proyecto, y que nos acompaña en nuestra misión. Sabemos que hay un Cristo que nos muestra el camino, que nos enseña el reino, y que nos invita a seguirlo. Sabemos que hay un Espíritu Santo que nos capacita, que nos inspira y orienta, y que nos hace testigos de la verdad.
Y sabemos que hay un reino de los cielos que no es solo una promesa futura, sino una realidad presente en la tierra. Un reino que no es un escape al cielo, sino una encarnación en la historia. Un reino que no es una utopía lejana, sino una realidad posible y cercana para el que camine en justicia. Un reino que no es una ilusión, sino una experiencia de vida.
Este es el mensaje que nos trae el evangelio del reino, la buena noticia que nos libera y nos compromete. Este es el sueño que nos despierta y nos moviliza, a trabajar por un mundo nuevo, a luchar por la justicia y la paz, a servir al prójimo y al bien común.
Pero este sueño no es solo nuestro. Es el sueño de Dios que estableció desde el principio, que quiere que todos sus hijos vivan en plenitud, que todos sus hijos se amen unos a otros, que todos sus hijos formen una sola familia. Es el sueño de Dios, que se hizo carne en Jesús, que vivió entre nosotros, que anunció y realizó el reino, que sufrió y murió en la cruz, que resucitó y vive para siempre. Es el sueño de Dios, que nos llama a colaborar con él, a ser sus instrumentos, a ser sus socios, a ser sus amigos.
El reino de los cielos es una realidad, una presencia, una acción. Es una realidad que se hace visible cuando reconocemos a Dios como nuestro Padre, cuando aceptamos a Jesús como nuestro Señor, cuando nos dejamos guiar por el Espíritu. Es una presencia que se hace palpable cuando nos reunimos en su nombre, cuando celebramos su memoria, cuando compartimos su palabra y su pan. Es una acción que se hace efectiva cuando hacemos el bien, cuando buscamos la verdad, cuando practicamos la justicia, cuando vivimos el amor.
El reino de los cielos es una exigencia, una opción, una propuesta. Es una exigencia que nos pide coherencia, que nos pide fidelidad, que nos pide santidad. Es una opción que nos pide renuncia, que nos pide entrega, que nos pide servicio. Es una propuesta que nos pide creatividad, que nos pide audacia, que nos pide testimonio, que nos exige violencia para arrebatar lo que nos ha sido dado.
El reino de los cielos es un don, una gracia, un regalo. Es un don que recibimos de Dios, que nos ofrece su reino, su justicia, que nos ofrece su paz, que nos ofrece su alegría. Es una gracia que nos concede Dios, que nos da su reino y su poder, su sabiduría y su amor. Es un regalo que nos hace Dios, que nos regala su presencia, que nos regala su amistad, que nos cubre con su gloria.
Queridos amigos, el reino de los cielos es nuestra vocación, nuestra misión, nuestra pasión. No dejemos que nada ni nadie nos distraiga de él, ni nos impida su realización, ni nos quite su sentido. No nos conformemos con lo que el mundo nos propone, ni nos dejemos engañar por sus falsos ídolos, ni nos sometamos a sus falsos valores ni erróneas ideologías. No tengamos miedo de ser diferentes, de ser profetas, de ser apóstoles, servidores, ayudadores, sostenedores, recuerda que primero es el reino y su justicia. No dudemos de que Dios está con nosotros, que nos envía, que nos espera para guiarnos en la tarea divina.
Hoy les invito a renovar nuestra fe, nuestra confianza, nuestro amor. Hoy les invito a decir con el salmista: Ex 15:2-3: “Jehová es mi fortaleza y mi cántico, Y ha sido mi salvación. Este es mi Dios, y lo alabaré; Dios de mi padre, y lo enalteceré. Jehová es varón de guerra; Jehová es su nombre”.
Que el Señor nos bendiga y nos guarde, que haga brillar su rostro sobre nosotros y nos conceda su favor, que vuelva su rostro hacia nosotros y nos dé la paz. Que el Señor nos conceda la gracia de vivir en su reino, de trabajar por su reino, y de heredar su reino. ¡Amén!.