La herencia es la cereza de un pastel llamado paternidad, gestada por el vínculo de un Padre y su hijo.
A menos que existan circunstancias especiales, lo normal es que sean los hijos los que reciben la herencia de los padres.
Cuando hablamos de predestinación, debemos inferir que hay un plan que contiene o describe un final, y es en la consecución del plan que se llevará a cabo toda justicia. El sello del Espíritu Santo de la promesa es su bautismo, este es parte crucial en el cumplimiento de toda justicia, es la garantía de ver, entrar y poseer nuestra herencia a la que llamamos Reino de los Cielos.
Ro 4:17b dice: “a quien creyó, el cual da vida a los muertos, y llama las cosas que no son, como si fuesen”. Aquí está nuestro Dios operando, aquí están las maneras de Dios. Cuando un Dios omnipotente llama las cosas que no son como si fuesen, entonces ocurre que lo que aún no es siempre fué, siempre es y siempre será, y esto se da por la potencia de quien lo dice (es un poderoso milagro).
El Reino de Dios es la herencia que Jehová tiene reservado para aquellos a los que llama hijos, que aún no lo son según el término y cumplimiento de los tiempos (por eso caminamos por fe), pero que desde ya pueden disfrutar de las riquezas de un Reino sin igual. Esto debido a una palabra que dice: “al que venciere”, otra que dice: “el que persevere hasta el fin”; es evidente que el Espíritu Santo hace énfasis en este asunto. No sólo se trata de llegar a ser, pasa también por mantenerse siendo hasta el final.
El vivir y caminar por fe, hace de la persona que lo encarna Cristo (si somos su cuerpo, entonces somos Cristo), en él se cumplirá la palabra: “ya no vivo yo, ahora vive Cristo en mí”. Esto implica que esa persona es participe de todo lo que a Cristo le aconteció; fue nacido en Él, juzgado, muerto, resucitado y copartícipe de la gloria eterna en Él.
El que nace debe experimentar la concepción, el trabajo de parto, y el alumbramiento. Abraham fue concebido al creer en Dios y salir de Ur, su trabajo de parto fue en creer en esperanza contra esperanza y su alumbramiento la promesa final y detallada del pacto que Dios hizo con él. Jacob fue concebido al pactar con Dios, su trabajo de parto fue la lucha que tuvo hasta el alba y su alumbramiento fue vencer. El pueblo de Israel fue concebido al cambiársele el nombre a Jacob, su trabajo de parto fue atravesar el mar rojo y su alumbramiento salir del otro lado en seco.
Aquí están los nuevos nacimientos que Jesús le habló a Nicodemo, los que atravesaron el canal vaginal del Espíritu. Y como todo nacimiento, el Padre es quien le coloca el nombre a su hijo, éste es el testimonio de la partenidad de Dios sobre nuestras vidas, a Abran le llamó Abraham, a Jacob le llamó Israel, al cordero le llamó Jesús y a los que perseveren, el Dios de gloria les tiene reservados una piedrecita blanca con un nombre nuevo escrito en ella. Éste es el nombre que nuestro Padre le coloca a sus hijos, éste es el testimonio, ésta es la señal de nuestra herencia y nuestra partida de nacimiento es el Libro de la Vida.
Hoy día el error de muchos es querer ser hijos por cesárea, sin tener que entrar en un traumático trabajo de parto que se llama: “niégate a ti mismo, toma tu cruz y sígueme“. No importa como entremos al Reino, sin poder, sin Gloria, lo importante es entrar. Esta es la triste realidad de muchos que se llaman así mismo la iglesia de Cristo. Aquí no hay justicia, así no es la voluntad del que creo todas las cosas.
El término de la gestación para nosotros llegó hace más del 2000 años, cuando el primero que salió rompió fuente, atravesando el canal de la muerte para traernos a la vida, a su vida, Él es la vida.