La trampa: TID

Las células de nuestro cuerpo se renuevan todo el tiempo. ¿Por qué nos cuesta tanto hacer lo mismo con los pensamientos que nos rigen?

     Vivimos en un mundo que constantemente nos bombardea con mensajes y expectativas que pueden llevarnos a perder nuestra verdadera identidad. Este fenómeno puede compararse con el “Trastorno de Identidad Disociativo” (TID), una condición en la que una persona desarrolla múltiples identidades o personalidades como mecanismo de defensa ante situaciones traumáticas. En un sentido espiritual, el sistema del mundo puede inducirnos a adoptar identidades falsas, apartándonos de la verdad de que fuimos escogidos en Cristo para manifestarlo en la tierra.

El sistema del mundo nos ofrece una multitud de identidades basadas en el éxito, la apariencia, el poder y la aprobación de los demás. Estas identidades son superficiales y temporales, y nos alejan de nuestra verdadera esencia. La Biblia nos advierte sobre esto en Romanos 12:2: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”.

Cuando nos conformamos a las expectativas del mundo, corremos el riesgo de desarrollar una identidad disociada, similar a lo que ocurre en el TID. Perdemos el sentido de quiénes somos en Cristo y comenzamos a vivir vidas fragmentadas, tratando de cumplir con múltiples roles y expectativas que no reflejan nuestra verdadera naturaleza.

Un ejemplo claro de cómo la inmersión en una identidad falsa puede afectar a una persona es el caso de Heath Ledger. Ledger interpretó al Joker en “The Dark Knight” y se sumergió tan profundamente en el personaje que su salud mental se vio gravemente afectada. Su dedicación al papel fue tan intensa que continuó manifestando comportamientos del Joker incluso fuera del set, lo que contribuyó a su trágica muerte.

Otro ejemplo es Jim Carrey durante el rodaje de “Man on the Moon”, donde interpretó al comediante Andy Kaufman. Carrey se sumergió tanto en el personaje que comenzó a perder su propia identidad, viviendo como Kaufman incluso fuera del set. Este nivel de inmersión fue documentado en “Jim & Andy: The Great Beyond”.

Estos ejemplos ilustran cómo la adopción de una identidad falsa puede tener consecuencias devastadoras. De manera similar, cuando adoptamos las identidades que el mundo nos impone, nos alejamos de nuestra verdadera identidad en Cristo y experimentamos una disociación espiritual.

Ahora bien, si una persona puede transformarse en otra al tal punto que su mente y corazón son afectados para mal, entonces, es posible que sumergiéndonos en la actuación de Cristo según los dones y talentos que Dios nos entregó, podamos llegar a ser Cristo según el plan del Padre para bien.

Se trata de actuar, pero hacerlo a tal nivel de inmersión y excelencia, que dejemos de ser lo que nunca debimos ser, para manifestar lo que siempre fuimos. Y llegará el día en que ya no será una actuación, sino que será una vida que camina según su propósito.

La Biblia nos enseña que fuimos escogidos en Cristo antes de la fundación del mundo para ser santos y sin mancha delante de Él (Efesios 1:4). Esta es nuestra verdadera identidad: “hijos de Dios”, llamados a manifestar Su amor y Su verdad en la tierra. 1 Pedro 2:9 nos recuerda: “Pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable”.

Cuando comprendemos y abrazamos nuestra identidad en Cristo, somos capaces de resistir las falsas identidades que el mundo nos ofrece. En lugar de conformarnos a las expectativas del mundo, para ser reconocidos en el, somos transformados por la renovación de nuestro entendimiento, viviendo de acuerdo con la voluntad de Dios.

La renovación de la mente implica llenar nuestros pensamientos con la verdad de la Palabra de Dios. Filipenses 4:8 nos dice: “Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad”. Al meditar en estas cosas, fortalecemos nuestra identidad en Cristo y resistimos las mentiras del mundo.

Nuestra identidad en Cristo no es solo para nuestro beneficio personal; somos llamados a manifestar a Cristo en la tierra. Mateo 5:14-16 nos dice: “Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”.

Cuando vivimos de acuerdo con nuestra verdadera identidad en Cristo, nuestras vidas se convierten en un testimonio de Su amor y Su verdad. Manifestamos a Cristo en nuestras acciones, palabras y actitudes, impactando a aquellos que nos rodean y glorificando a Dios.

El sistema del mundo nos sumerge en un trastorno de identidad disociativo espiritual, apartándonos de la verdad de que fuimos escogidos en Cristo para manifestarlo en la tierra. Al igual que los actores que se pierden en sus personajes, podemos perder nuestra verdadera identidad cuando adoptamos las falsas identidades que el mundo nos ofrece. Sin embargo, al renovar nuestra mente con la verdad de la Palabra de Dios y abrazar nuestra identidad en Cristo, podemos resistir las mentiras del mundo y vivir de acuerdo con el propósito de Dios para nuestras vidas.

Recordemos siempre que somos linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, llamados a anunciar las virtudes de Aquel que nos llamó de las tinieblas a Su luz admirable (1 Pedro 2:9). Al vivir de acuerdo con esta verdad, manifestamos a Cristo en la tierra y glorificamos a nuestro Padre celestial.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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