Mis amigos, hoy me dirijo a ustedes con un mensaje de exigencia, un llamado a mirar más allá del horizonte terrenal y a elevar nuestras miras hacia lo alto. No para escapar de nuestra realidad, sino para transformarla.
La aspiración de buscar las cosas de arriba no es un deseo de vivir en las nubes, sino una estrategia para conquistar los desafíos aquí abajo, en la tierra que pisamos cada día.
Cuando se nos insta a buscar las cosas de arriba, no se nos está pidiendo que busquemos moradas celestiales como fin en sí mismo, sino que encontremos las herramientas, los principios y la sabiduría que nos permitan forjar un mundo mejor, el mundo de justicia de Dios. En la guerra de la vida, la ventaja no la tiene aquel con el arsenal más destructivo, sino el que posee las armas más poderosas de luz y verdad.
La bella durmiente, esa parte de nosotros que ha estado adormecida bajo las sábanas de la mentira, el engaño y la complacencia, debe despertar. Es hora de levantarse y buscar en lo alto las armas de luz que nos darán la victoria aquí abajo, en la tierra, cumpliendo así la visión profética de Daniel 7:27, para la gloria de Dios.
Dn 7:27: «y que el reino, y el dominio y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo, sea dado al pueblo de los santos del Altísimo, cuyo reino es reino eterno, y todos los dominios le servirán y obedecerán.»
En 2Reyes 2:19, las aguas contaminadas representan la palabra de Dios que ha sido contaminada por el hombre, y esto trae como consecuencia la esterilidad de la tierra.
En los últimos siglos, el crecimiento del cristianismo se debió, en parte, al mensaje de un destino terrible para aquellos que quedarán atrás si Cristo regresara por su iglesia, y en otra parte debido la convicción de hombres y mujeres de fe, quienes con manifestaciones de poder por el Espíritu Santo, inspiraron a muchos a creer.
Sin embargo, este crecimiento se ha desacelerado en las últimas décadas. Hoy, el Islam es la religión que experimenta el mayor crecimiento, y se estima que para el año 2050, su base habrá aumentado en más del 70%. Se espera que el cristianismo crezca más del 30% en los próximos treinta años. Esto no es una competencia de números, sino un reflejo de la necesidad humana de conexión espiritual y significado. Ese destino proyectado por la tendencia de hoy debe cambiar, y nosotros, la iglesia, somos los agentes de cambio para esta batalla que debemos enfrentar con las armas de luz.
Debemos preguntarnos, ¿qué podemos aprender de este cambio de marea?. ¿Cómo podemos, como cristianos, revitalizar nuestra fe y hacerla resonar en el corazón de la humanidad con mayor fuerza que una vez tuvo?. La respuesta yace en volver a las raíces de nuestra fe, para manifestar el resultado de los corazones que viven en comunión con Dios. Debemos sanar las aguas malas con sal (la verdadera iglesia), para que el agua sana riegue la tierra y deje de se estéril.
La fe no es un refugio para evitar los problemas del mundo, sino una fuerza transformadora que nos impulsa a enfrentarlos. No es un llamado a retirarnos del mundo, sino a involucrarnos plenamente en él, armados con la verdad, el amor, la compasión y la justicia. Buscar las cosas de arriba es prepararnos para la conquista, para ser luz en la oscuridad, y para llevar esperanza a los desesperados.
En este momento histórico, se nos presenta la oportunidad de ser pioneros de un renacimiento espiritual, de ser constructores de puentes entre culturas y creencias, y de ser testigos del poder transformador del amor. Este es el momento de levantar la vista, de buscar lo alto, y de llevar esas verdades eternas a la práctica diaria de nuestras vidas.
Que este mensaje no sea solo palabras que se lleva el viento, sino un llamado a la acción. Que cada uno de nosotros se convierta en un agente de cambio, en un portador de la luz que buscamos en lo alto. Que nuestra fe se refleje en nuestras acciones y que, juntos, podamos conquistar los retos de abajo, para la gloria de Dios y la justicia perdurable.
¡Es hora de despertar!
Que así sea.