Intemporal

La verdadera comprensión de la eternidad es la intemporalidad. El tiempo es una creación de Dios para las cosas que se ven...

     ¿Cuántas veces te ha costado entender la naturaleza de lo divino?, ¿cuántas veces hemos mal entendido el significado de las escrituras y su propósito?.

Anhelo en mi corazón que esta enseñanza pueda mostrarte la profunda conexión entre el tiempo, la eternidad (intemporalidad) y nuestra comprensión de lo divino. Es fundamental dejar claro desde el inicio que el tiempo es una creación que surge como una imagen limitada de lo eterno. Esta perspectiva no solo transforma nuestra visión del mundo espiritual, sino que también redimensiona nuestra relación con Dios y nuestro propósito en la vida. También implica que en el mundo espiritual no existe el tiempo como lo conocemos por ser el ámbito natural de Dios al que llamamos el Eterno.

Todo cambiará cuando veas lo eterno como verdaderamente es, como intemporal, como aquello que no está sujeto al tiempo.

El tiempo, tal como lo conocemos, es una creación de Dios. En Génesis 1:1 se establece el principio de la creación: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”. Este versículo no solo indica el comienzo del mundo físico, sino que también sugiere que el tiempo comenzó con la creación.

Dios estableció una unidad de tiempo al llamar día a cada una de las etapas de su creación, a fin de modelar en el hombre el sentido del tiempo adecuado a su naturaleza física. Antes de este acto creativo, no había tiempo; solo existía lo que podemos mal llamar eternidad. Por lo tanto, el tiempo es una manifestación, una expresión limitada de lo eterno, y más que verlo como un fragmento de eternidad según el concepto que se maneja hoy en día, se debe ver como la fase donde fluye un espacio abierto en la intemporalidad.

El problema con la palabra eternidad, es que en nuestra psiquis, está plantada la idea de tiempo ilimitado, cuando en realidad no se trata de tiempo, porque no existe tal cosa en lo espiritual, es más acertado llamar intemporal a las cosas espirituales.

En Salmo 90:4 se nos recuerda: “Porque mil años delante de tus ojos son como el día de ayer, que pasó, y como una de las vigilias de la noche”. Este versículo resalta cómo Dios va sentando las bases de nuestro entendimiento para mostrar de alguna forma como percibe el tiempo de manera diferente a nosotros. Lo que para nosotros puede parecer un largo periodo, para Él es efímero. Esta comprensión nos invita a ver nuestras vidas desde una perspectiva más amplia, reconociendo que nuestras experiencias temporales son solo un fragmento de la eternidad de algo que llamamos tiempo, y que es el vehículo donde fluyen los hechos de lo que se ve.

Lo que llamamos eternidad no solo es un atributo de Dios; es fundamental para entender su naturaleza. Dios es eterno, lo que significa que no está limitado por el tiempo ni por las circunstancias del mundo físico. En Deuteronomio 33:27 se dice: “El eterno Dios es tu refugio, y debajo están los brazos eternos”. Este versículo nos muestra que en la eternidad de Dios encontramos seguridad y consuelo.

Además, Isaías 57:15 afirma: “Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad”. Aquí se enfatiza que Dios vive en un estado intemporal. Entender esta característica divina es crucial para profundizar nuestra relación con Él. Cuando reconocemos que Dios opera fuera del tiempo, podemos confiar en sus promesas y su plan para nuestras vidas sin ser limitados por nuestras circunstancias temporales.

Una de las maravillas del carácter divino es su capacidad para anunciar el final desde el principio. En Isaías 46:10 se dice: “Yo soy Dios, y no hay otro igual; yo anuncio lo por venir desde el principio”. Este versículo revela cómo Dios tiene un plan eterno que abarca toda la historia humana. Desde la creación hasta la redención final, Él conoce todos los eventos y su desenlace.

En Apocalipsis 22:13, Jesús se presenta como “el Alfa y la Omega, el principio y el fin”. Esta declaración subraya la naturaleza intemporal de Cristo y su autoridad sobre toda la creación. Al entender que Dios ya ha visto el final desde el principio, podemos vivir con confianza en su soberanía y propósito.

La dimensión espiritual opera fuera del marco temporal que conocemos. En 2 Corintios 4:18 se nos instruye a “no mirar las cosas que se ven, sino las que no se ven; porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas”. Este versículo nos invita a dirigir nuestra atención hacia lo espiritual e intemporal en lugar de quedarnos atrapados en lo temporal.

También en Efesios 2:6 se nos dice: “Y juntamente con él nos resucitó y así mismo nos hizo sentar en los lugares celestiales en Cristo Jesús”. Esta afirmación indica que nuestra posición espiritual está en un ámbito intemporal donde ya hemos sido elevados junto a Cristo. Esta realidad debe influir en nuestra vida diaria al recordarnos que estamos conectados a algo más grande.

El cordero inmolado antes de la fundación del mundo es aquel que fue crucificado en la cruz del calvario, no debemos entender que Cristo murió dos veces, una antes de la fundación del mundo y otra a sus 33 años de vida como hombre. Dice la escritura que el sumo sacrificio fue una vez y para siempre, esto implica que fue un único evento en la temporalidad de la creación y en la Intemporalidad de lo divino.

Las leyes espirituales operan fuera del tiempo lineal. En Gálatas 6:7 se establece: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado; pues todo lo que el hombre siembra, eso también segará”. Este principio espiritual trasciende las limitaciones del tiempo; nuestras acciones tienen repercusiones más allá de lo que podemos ver.

Además, Romanos 8:28 nos asegura: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien”. Esta promesa revela cómo Dios orquesta eventos en nuestras vidas para cumplir su propósito eterno, incluso cuando no podemos ver cómo encajan en nuestro entendimiento temporal.

La intemporalidad se manifiesta a través de la dimensión del tiempo para afectar nuestra percepción humana. En Hebreos 13:8 se afirma: “Jesucristo es el mismo ayer, hoy y por los siglos”. Esto significa que aunque experimentamos cambios temporales, Cristo permanece constante y eterno para afectar con su presencia intemporal, las vidas de los hombres desde Adán hasta el presente.

Asimismo, en Juan 14:2-3 Jesús promete: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay… voy a preparar lugar para vosotros”. Esta promesa cumplida en la intemporalidad, nos recuerda que hay una realidad en la cual participamos todos los que estamos bajo el nuevo pacto, y que opera más allá de esta vida temporal.

Al explorar estas verdades sobre la intemporalidad y su relación con nuestra comprensión de Dios y nuestro propósito en la tierra, encontramos una nueva dimensión espiritual. El tiempo es una creación limitada; sin embargo, al reconocer la eternidad divina y cómo opera fuera del tiempo lineal, podemos vivir con confianza y propósito.

Entender estas verdades no solo transforma nuestra relación con Dios sino también nuestra perspectiva sobre nuestras vidas diarias. Al vivir en esta verdad intemporal, somos llamados a reflejar su gloria y amor en un mundo corrompido, necesitado de esperanza y redención.

 

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