Jn 14:15: “Si me amáis, guardad mis mandamientos.”
La obediencia verdadera es la consecuencia del amor verdadero y solo hay un amor verdadero y es Dios mismo.
En otras palabras, primero se ama y luego se obedece.
Cada uno de nosotros puede hacerse una radiografía de lo que lo lleva a obedecer verdadera o falsamente.
La obediencia a Dios cuando es verdadera, es el resultado de la presencia cada vez más fuerte de Cristo en la vida de una persona.
¿Qué es la obediencia falsa?, la que no se engendra del amor, cuyo padre no es el amor.
Se puede obedecer sin amar a Dios, eso es una realidad, pero no es la verdad.
Puedes obedecer a Dios por temor (sientes amenaza) de lo que te pueda pasar, porque te amas a tí mismo y no a Dios.
Puedes obedecer a Dios por culpa, a fin de tratar de enmendar algo que hiciste, porque en realidad eso podría traer consecuencias negativas a tú vida, revelando que eres tú mismo lo que más amas.
Puedes obedecer a Dios por orgullo, a fin de demostrar tu valor antes Dios, ante los demás y ante tí mismo, porque en realidad amas tú imagen y no la imagen de Dios en tí.
Puedes obedecer a Dios por egoísmo, buscando sacar provecho de tú obediencia fingida, porque en realidad te amas a tí mismo y lo que puedes conseguir para tí.
Todas esas formas de obediencia tienen un mismo origen y es obedecer a Dios por idolatría, amando las cosas creadas más que al creador de todas las cosas. Y aquí tú eres tú mayor ídolo.
Uno de los versículos más épicos de la escritura es ese de Hebreos 5:8 que dice: “Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia;”.
Jesús de Nazareth, vino a enseñarnos que como hombres sí podemos llegar a amar a Dios en Él. Que sí es posible llegar a obedecer sus mandamientos por amor en Cristo, porque sin Él nada de las cosas del Espíritu podemos hacer.
Aquel que obedece verdaderamente a Dios, manifiesta los cambios profundos que si permanecen y no cambios superficiales que se desvanecen cuando se tocan los intereses del ídolo.
Si realmente queremos cambiar (arrepentimiento genuino), entonces debemos aprender a amar progresivamente a Dios en Cristo y esto únicamente lo podemos hacer exponiéndonos a su presencia, humillando y haciendo menguar nuestra idolatría.
El alma dejará de ser adúltera y tendrá un solo Señor y Rey que la refleja.
Nada de lo que hagas fuera de Cristo agrada a Dios, no hay obras que se consideren buenas fuera de Cristo que puedan hacer que Dios se agrade de tí. No te sigas engañando. Las obras deben ser consecuencias del amor, frutos del amor que ha logrado desarrollar Cristo en tí.
Incrementar la exposición a Cristo es incrementar nuestra exposición al amor, el amor es como la radiación, ésta te penetra y se vuelve parte de tí en la medida que más tiempo pases con ella.