Expectativas y Venenos

¿Qué pasa cuando nosotros mismos nos bebemos nuestro propio veneno?

Un poderoso aliado que posee el enemigo de Cristo en esta tierra es el veneno de una expectativa frustrada, es tan eficiente que no tiene que hacer nada para que logré su objetivo.

La expectativa es sana como palabra, es la esperanza que algo ocurra y siempre irá en función de que ocurra algo bueno para alguien.

Un ejemplo de una mala expectativa es tomar una pastilla que al tragarla te haga más inteligente, pero esto es una mentira y el que te la vendió se burló de tu buena fe.

Si en tu corazón te hiciste la expectativa de hablar un idioma como el inglés que no has podido aprender o de aspirar a un puesto en el trabajo que más tarde le otorgan a otro, entonces estarás exponiendo tu corazón a ser envenenado.

Un corazón herido es una vasija que recibe el veneno de la frustración por una expectativa no cumplida y hace desencadenar procesos destructivos parecidos al veneno de un áspid, operando en el alma y dañando consigo el espíritu.

Entonces, ¿será que hacerse expectativas es malo?, como diría Pablo: “en ninguna manera”.

Dos premisas deben estar presentes en un corazón sano, la primera es que a los que aman a Dios todas las cosas les ayudan a bien y la segunda es que Él sabe lo que nos conviene.

Las expectativas frustradas en una persona esconden un corazón altivo que ni siquiera esa misma persona sabe que lo tiene.

Que complicados somos los seres humanos y con que facilidad podemos meter en nuestros enredos a otras personas creyendo que le hacemos un bien.

Jesucristo no se movía por expectativas, solo observaba y actuaba en consecuencia según el Espíritu le guiara, sus expectativas siempre giraban en torno a su Padre como cuando le pedía que nosotros llegáramos a ser uno, como Él y su padre lo son.

Nosotros debemos funcionar de la misma manera que Él, y debemos hacernos una única expectativa que nunca concluirá en frustración y esa es Cristo. Cuando Él es nuestra única expectativa, entonces todo saldrá bien.

No te hagas expectativas en los hombres, ni en ti mismo, porque siempre fallaremos.

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