Amados hermanos…,
Hoy en día nos reunimos como comunidad de fe, como testigos de una era que desafía nuestra comprensión del cristianismo. Permítanme compartir con ustedes una historia que refleja nuestra realidad espiritual, una parábola de nuestro tiempo que nos invita a la reflexión y al cambio.
Imaginen a un hombre que, con la llegada del invierno, decide comprar un saco de carbón para calentar su hogar. Con alegría lleva su compra a casa, soñando con el calor reconfortante que pronto llenará cada rincón. Pero al abrir el saco, su corazón se hunde: solo una fracción del contenido es carbón verdadero; el resto, nada más que basura y escombros. La promesa de calor se desvanece, reemplazada por la fría realidad de la decepción.
Esta imagen, queridos hermanos, es un espejo de la condición actual de nuestra fe. Vivimos en una era donde el cristianismo se ha visto inundado por la cultura popular y su influencia, que diluye nuestra comprensión del evangelio del reino. Al igual que el saco de carbón, prometemos ser portadores de la luz divina, pero ¿cuánto de nosotros es auténtico y cuánto es relleno sin valor?. El carbón que hay en nosotros se enciende, pero dura poco y es incapaz de renovarse.
El dominio y el pacto, parte de los principios de nuestra fe, nos exhortan a ejercer soberanía sobre nuestras vidas (dominio propio), a vivir en sintonía con la voluntad de Dios. Pero, ¿cómo podemos pretender ejercer dominio si estamos cargados de basura?, ¿cómo podemos mantener nuestro pacto si permitimos que los desechos del mundo ensucien nuestra alma?.
La basura simboliza todo lo que es vano y transitorio: la avaricia, el orgullo, la envidia, la ira y tus deseos fuera de Dios, son los residuos que, aunque puedan engañar a los hombres, quedan expuestos ante la mirada de Dios. Él ve más allá de nuestras máscaras, reconoce la basura que hemos acumulado y nos insta a liberarnos de ella.
Pero aquí yace la esperanza, la promesa de un nuevo comienzo. Si estamos dispuestos a exponernos al que renueva todas las cosas, si estamos dispuestos a dejar atrás lo efímero que ofrece el mundo, entonces podemos ser transformados. El reino de Dios no tiene cabida para la basura; solo para el carbón genuino, aquel que arde con fervor por la justicia, la misericordia y la humildad.
La visión del fin de los tiempos que sobreabunda en los líderes de la iglesia de hoy y que parece estar tan de moda, llena de temores y alarma a la comunidad cristiana, haciéndola ver débil ante un mundo necio y avasallante, cuando la verdad es otra. El llamado es a vivir el reino aquí y ahora, a ser agentes de cambio en un mundo que anhela desesperadamente la luz de Cristo a través de nosotros, los nacidos para este tiempo. No nos conformemos con ser un saco lleno de basura; aspiremos a ser puros, llenos de la sustancia verdadera que alimenta el fuego de la fe y que honra las palabras de aquel que nos llamó luz del mundo y sal de la tierra.
Somos nosotros los que vamos a heredar las riquezas del mundo, mientras las tinieblas confunden a los enemigos de Dios haciéndolos caer con sus propias espadas de engaño, como lo hizo en los tiempos de la conquista de la tierra prometida.
El mundo es nuestra tierra prometida, nuestra herencia; vamos con violencia (esforzados y valientes) a arrebatar en la justicia de Dios lo que Él nos entregó. DESPIERTA.