¿Desobediente?

Serie: Aprendiendo la obediencia. El sacerdote, que pasa por encima de sus anhelos, sueños y deseos personales, para hacer suyos los anhelos, sueños y deseos de Cristo.

     La figura de Melquisedec en la Biblia es una de las más enigmáticas y fascinantes, y su relación con Jesucristo como Rey y Sacerdote según el orden de Melquisedec es fundamental para entender nuestro propio llamado como creyentes.

Melquisedec aparece por primera vez en Génesis 14:18-20, donde se le describe como «rey de Salem» y «sacerdote del Dios Altísimo». Su nombre significa «rey de justicia» y «rey de paz», y su sacerdocio es único porque no tiene principio ni fin. Amados, para ponerlos en perspectiva, estas palabras no están describiendo a un hombre común, sino al mismo Cristo.

En Hebreos 7:3, se nos dice que Melquisedec es «sin padre, sin madre, sin genealogía; que no tiene principio de días ni fin de vida, sino hecho semejante al Hijo de Dios, permanece sacerdote para siempre».

Esto subraya la naturaleza eterna y divina de su sacerdocio. Jesucristo es presentado en Hebreos como el sumo sacerdote según el orden de Melquisedec, y su precursor, porque Cristo es y será siempre el primero en todas las cosas, un sacerdocio que trasciende el orden levítico y que es eterno y perfecto.

Cuando la Biblia dice en Hebreos 5:8 que Jesucristo «aprendió la obediencia», no se refiere a que Él haya sido desobediente o que no supiera lo que es la obediencia. Jesús, siendo Dios encarnado, era sin pecado y perfectamente obediente a la voluntad del Padre. La frase «aprendió la obediencia» tiene un significado mucho más profundo que tiene que ver con lo que somos y hacemos según nuestro diseño en la creación.

Aprender la obediencia es la sujeción perfecta a la voluntad del Padre, es el camino angosto que no asumió el primer Adán. Aprender la obediencia es pasar por encima de nuestra alma para hacer la justicia de Dios, y eso trae dolor y padecimiento a la vida en la carne. Aprender la obediencia es morir yo para que otro viva, y ese amados hermanos, es el verdadero sentido de nuestro real sacerdocio, porque nuestra vida ya está contenida en Cristo.

En Éxodo 19:6, Dios le dice a Israel: «Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel». Este versículo establece el propósito de Dios para su pueblo: ser un reino de sacerdotes y una nación santa, reino cristalizado en la iglesia, ese pueblo formado a partir de los judíos y gentiles. Lo que Dios dijo en el contexto del Éxodo 19:6, lo refrenda ahora en el nuevo pacto, para que no sólo Israel, sino que todas las naciones de la tierra alcanzaran bendición, a fin de cumplir la palabra que Dios le dio a Abraham.

Ef 2:14: “Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación”.

En 1 Pedro 2:9, Pedro aplica este mismo llamado a la iglesia: «Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable». Aquí vemos que el llamado a ser un reino de sacerdotes se extiende a todos los creyentes en Cristo.

Los sacerdotes traen y provocan la restauración, y los reyes garantizan el sostenimiento de lo que ha sido restaurado a través del señorío. Así como Jesucristo, el Melquisedec por excelencia, es rey y sacerdote, así mismo nosotros, estamos llamados a ejercer reinado y señorío en el nombre de Jesús. Tenemos que rescatar el significado correcto del sacerdocio y su propósito, de esta manera vamos a llevar la manifestación de los hijos de Dios en la creación, a nuevos niveles de restauración de todas las cosas.

En Apocalipsis 1:6 y 5:10, se nos dice que Cristo «nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén» y «nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra». Estos versículos refuerzan la idea de que, como creyentes, somos llamados a ser reyes y sacerdotes para Dios, asumiendo las responsabilidades que eso implica. Este llamado no es solo un título honorífico, sino una responsabilidad y un privilegio de vivir y servir de acuerdo con el diseño de Dios para nosotros.

El contexto de Hebreos 5:1-10 es clave para entender el significado de la frase «aprendió la obediencia». En estos versículos, el autor de Hebreos explica que todo sumo sacerdote es tomado de entre los hombres y constituido a favor de los hombres en lo que a Dios se refiere, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. El sumo sacerdote debe ser compasivo y comprensivo con los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está sujeto a debilidad. Sin embargo, nuestra debilidad ahora ha sido puesta en Cristo, a fin de estar preparados para toda obra justa ejerciendo nuestro sacerdocio.

Jesús, siendo sin pecado, no necesitaba ofrecer sacrificios por sí mismo, pero se ofreció a sí mismo como el sacrificio perfecto por los pecados de la humanidad. En su sufrimiento y muerte, Jesús cumplió a perfección la vida del sacerdocio, es decir, siendo sacrificio por los demás hasta la muerte. Su aprender la obediencia no era para corregir una falta en Él, sino porque el fruto del sacerdote consiste en darse en vida por el prójimo. ¿Eres capaz de asumir la responsabilidad de un sacerdote bajo la orden de Melquisedec, o es más fácil para ti bajo la orden de Aarón, sacrificando un animal y no a ti mismo?.

Bajo la orden sacerdotal de Aarón, los sacerdotes sacrificaban animales como ofrendas por los pecados del pueblo. Estos sacrificios eran un recordatorio constante de la separación entre Dios y el hombre debido al pecado. Sin embargo, estos sacrificios eran solo un símbolo y una sombra de la realidad que vendría en Cristo. Los llamados a ser de la orden de Melquisedec son tanto el sacerdote como el sacrificio, ya que entregan sus vidas como sacrificios vivos, que es su culto racional (Romanos 12:1), a fin de traer la transformación de los hombres, la tierra y los cielos a su diseño original.

Este llamado a ser sacrificios vivos es una invitación a vivir de acuerdo con el diseño del sacerdocio. Como sacerdotes según el orden de Melquisedec, estamos llamados a ofrecer nuestras vidas en servicio a Dios y a los demás, siguiendo el ejemplo de Cristo.

La obra de Jesucristo no terminó con su muerte y resurrección. Él continúa su obra a través de nosotros, su cuerpo, la iglesia, sus reyes y sobre todo sus sacerdotes.

Somos llamados a ser sus manos y pies en el mundo, a llevar su luz y su amor a los perdidos y a los quebrantados. Como reyes y sacerdotes, tenemos la responsabilidad de interceder por los demás, de proclamar el evangelio del Reino y de vivir de acuerdo con los principios de ese Reino.

En conclusión, la frase «aprendió la obediencia» en Hebreos 5:8 no se refiere a que Jesús fuera desobediente o ignorante de lo que es la obediencia. Más bien, se refiere al ejercicio perfecto de un sacerdote, que pasa por encima de sus anhelos, sueños y deseos personales, para hacer suyos los anhelos, sueños y deseos de Cristo.

Como creyentes, somos llamados a seguir su ejemplo, a ser reyes y sacerdotes según el orden de Melquisedec, y a ofrecer nuestras vidas como sacrificios vivos en servicio a Dios y a los demás. Que estas palabras nos desafíen a reconsiderar nuestra comprensión actual del sacerdocio y a investigar más a fondo las Escrituras, para que podamos vivir de acuerdo con el diseño de Dios para nosotros y continuar la obra de Jesucristo.

 

 

 

 

 

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