¿Desaprender?

Tan importante con aprender es desaprender, no hacerlo es de necios.

Construyendo a los reyes y sacerdotes del Reino.

 

     En nuestra caminata cristiana, el proceso de desaprender es esencial para nuestro crecimiento espiritual y para la edificación del cuerpo de Cristo, que es la iglesia. La Biblia nos llama a buscar sabiduría y a renovar nuestra mente, lo cual implica tanto la adquisición de nuevos conocimientos como la eliminación de creencias y hábitos que no se alinean con el propósito divino.

La Escritura nos exhorta repetidamente a buscar sabiduría y conocimiento. En Proverbios 4:7, se nos dice: “La sabiduría es lo principal; adquiere sabiduría, y sobre todas tus posesiones adquiere inteligencia.” Aprender es fundamental para entender la voluntad de Dios y vivir de acuerdo a Sus mandamientos, y para lograrlo a veces es necesario desaprender.

Jesús mismo nos enseñó la importancia de aprender al decir: “Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas” (Mateo 11:29). Tomar el yugo de Cristo implica necesariamente dejar el nuestro, cuando no lo hacemos porque queremos mantener el yugo de la religiosidad, entonces el nuevo yugo de Cristo no encuentra cabida en nosotros.

Que ironía, la palabra que fue inspirada para traer libertad, se convirtió en yugo de religión limitando la revelación de Cristo.

Los reyes y sacerdotes del Reino, vienen de sus propios reinos y sistemas de creencias, y tienen un pasado que es necesario desaprender, inclusive si ese pasado proviene de una formación religiosa y legalista de las escrituras.

¿Cómo sabemos cuando un conocimiento debe ser desprendido?, y la respuesta a esa pregunta es colocando ese conocimiento frente al propósito divino, a fin de ver si ambos están alineados o no. En consecuencia, es vital conocer el propósito divino.

Aprender nos equipa para el ministerio y para cumplir con la Gran Comisión. En Efesios 4:11-12, se nos dice que Dios ha dado dones a la iglesia “a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo.” A través del aprendizaje, adquirimos las habilidades y el conocimiento necesario para enseñar, predicar, y servir de manera efectiva en el Reino de Dios.

Desaprender es el proceso de cuestionar y dejar de lado creencias y hábitos que no se alinean con la verdad de Dios. En Romanos 12:2, se nos exhorta: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” Este versículo nos llama a renovar nuestra mente, lo cual implica desaprender patrones de pensamiento y comportamientos que no reflejan la voluntad de Dios.

Nuestras creencias y conocimientos previos pueden convertirse en obstáculos para nuestro crecimiento espiritual. Jesús habló de la importancia de ser como niños para entrar en el Reino de los Cielos (Mateo 18:3). Esto es el sentido fundamental de dependencia total de Dios, y también implica tener una mente abierta y receptiva, dispuesta a desaprender lo que sea necesario para seguir a Cristo con un corazón puro y humilde.

Desaprender nos permite ser flexibles y adaptarnos a las nuevas enseñanzas del Espíritu Santo. En Juan 16:13, Jesús prometió que el Espíritu de verdad nos guiaría a toda la verdad. Esto significa que debemos estar dispuestos a dejar de lado nuestras propias ideas o ideas de otros, y estar abiertos a la guía del Espíritu Santo, quien nos enseña y nos revela la verdad de Dios.

El primer paso para aprender y desaprender es reconocer la necesidad de cambio. Debemos ser honestos con nosotros mismos y admitir que no lo sabemos todo y que siempre hay algo nuevo que aprender. En Santiago 1:5, se nos anima a pedir sabiduría a Dios, quien da generosamente a todos sin reproche.

Debemos examinar críticamente nuestras creencias y suposiciones a la luz de la Palabra de Dios según la plantilla del propósito divino. En 2 Corintios 10:5, se nos dice que debemos “derribar argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevar cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo.” Esto implica evaluar nuestras creencias y hábitos y estar dispuestos a dejarlos ir si no se alinean con propósito divino.

Exponernos a nuevas ideas y perspectivas es crucial para el proceso de aprender y desaprender. Esto puede incluir leer libros, escuchar a diferentes oradores, y participar en discusiones con otros creyentes. En Proverbios 27:17, se nos dice: “Hierro con hierro se aguza; y así el hombre aguza el rostro de su amigo.” A través de la interacción con otros, podemos aprender y crecer juntos en la fe.

La humildad es esencial para aprender y desaprender. Debemos estar dispuestos a admitir que no lo sabemos todo y que necesitamos la guía de Dios y de otros creyentes. En Filipenses 2:3, se nos exhorta a “hacer nada por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo.”

Tomarnos el tiempo para reflexionar y meditar en la Palabra de Dios en base a su propósito, es crucial para el proceso de aprender y desaprender. En Josué 1:8, se nos dice: “Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien.” La meditación nos permite internalizar las enseñanzas de Dios y aplicarlas a nuestra vida diaria.

Aprender y desaprender son procesos esenciales para nuestro crecimiento espiritual y para la edificación del cuerpo de Cristo. A través del aprendizaje, adquirimos sabiduría, crecemos espiritualmente y nos equipamos para el ministerio. A través del desaprendizaje, eliminamos creencias y hábitos que no se alinean con la verdad de Dios, permitiéndonos renovar nuestra mente y ser guiados por el Espíritu Santo.

Como iglesia, como la esposa de Cristo, debemos estar comprometidos con estos procesos, buscando siempre la verdad de Dios y estando dispuestos a cambiar y crecer en nuestra fe. Al hacerlo, no solo fortalecemos nuestra relación con Dios, sino que también edificamos a otros en la fe, cumpliendo con nuestro llamado de ser luz y sal en el mundo.

Parte del propósito de un fruto es proteger lo más valioso, la semilla. Si ese propósito no se cumple, entonces la semilla puede perder su potencial para hacer que germine una planta. De igual forma pasa con los hombres y mujeres que no logran alinearse con el propósito divino a través de el proceso de aprender y desaprender, pueden perder su capacidad para llegar a ser hacedores de justicia.

Construyamos juntos a los nuevos reyes y sacerdotes del Reino, amén.

 

 

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