«por cuanto agradó al Padre que en él (CRISTO) habitase toda plenitud, y por medio de él reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz.»
Colosenses 1:19-20
El plan de Dios con los hombres y toda Su creación, se ve plasmado en estas palabras del Apóstol Pablo (Colosenses 1:19-20). Pero desarrollaremos una mejor percepción de esta verdad si dejamos de espiritualizar los cielos (nubes, atmósfera, espacio), y dejamos de satanizar la tierra en la cual habitamos, pues al fin y al cabo, «todo fue creado en Cristo» (Colosenses 1:16). Al día de hoy, seguimos cometiendo el mismo error de Génesis 11 al buscar el Reino en los cielos naturales, pero sobretodo, buscar el Reino de los Cielos sin Justicia, es decir, sin Cristo.
Si en Cristo fueron creadas todas las cosas, debemos ser capaces de ver más allá de una granja, con matas y animales, en la que un hombre y una mujer andaban desnudos. Muy deficiente es esto al ver el sol, la luna, las estrellas y toda la creación de la cual el Creador dijo: «es bueno«; pero del hombre en el sexto día dijo: «es bueno en gran manera»; algo debemos entender en este relato, y el salmista lo pudo notar (Salmos 8).
En Cristo está contenido, no solo la plenitud de lo visible en la tierra, también está contenido lo invisible, lo espiritual. Dios lo creó así para que lo natural y lo espiritual cohabite en armonía, en perfecto equilibrio. Esta armonía se quebrantó cuando el hombre se desvinculó del Reino, por medio del pecado (Genesis 2:17; 3:23), el hombre murió, se separó de Dios.
La promesa hecha en Génesis 3:15, se convirtió en la esperanza de los hombres que, sobre una tierra en decadencia, empezaron a invocar el nombre del Señor (Génesis 4:26). La buena nueva anunciada por Juan, lo que hablaron muchos profetas, ya había llegado a la tierra, «El Reino de los Cielos se ha acercado«; «El verbo se hizo carne (se tabernaculizó) y habitó entre nosotros«; «Emanuel» (Dios con nosotros) está aquí.
No vino solo a salvar, vino a «reconciliar consigo todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en los cielos, haciendo la paz mediante la sangre de su cruz«. Y es muy importante que notemos que la palabra reconciliar denota un orden o una relación que se había perdido, y que nuevamente es establecido.
La justicia de Dios consiste en llevarnos, por medio de la fe, a manifestar Su escencia, Su Identidad y Su Carácter, tal como el hombre que Él creó. Un hombre que vive en la tierra en armonía con el Reino de los Cielos. El Apóstol Pablo nos enseña, en su carta a la iglesia de Éfeso, que estamos sentados en lugares celestiales (Efesios 2:6, 7), con la finalidad de revelar Su gracia, en nosotros, que estamos en Cristo, en los siglos venideros (ya estamos en el tiempo). Dejemos de poner la mirada en las nubes, y revestidos de Cristo, manifestemos el cielo en la tierra (Gálatas 3:27; Efesios 2:10).
Jesús dijo: «…en la casa de mi Padre, muchas moradas hay…» (Juan 14:2). Somos ligeros al pensar en urbanismos, edificios y mansiones desarrollados en las nubes. Al ver el texto griego, y sin forzarlo, entenderemos que en este versículo se usa la misma palabra «eimi» con la que Jesús dice «yo soy«. Claramente Jesús dijo: En los cielos (Salmos 115:16) morada para muchos YO SOY.
¿Si estás contenido en Cristo?, ya estás revestido de Cielo. Manifiéstalo.