I
En el principio, Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, y lo colocó en el Jardín del Edén para que lo labrara y lo guardara (Génesis 2:15). Adán, el primer hombre, tenía la responsabilidad de cultivar y cuidar este paraíso, sin embargo, por negar su identidad y desobediencia, perdió el acceso al Edén, y con ello, la humanidad fue separada de la presencia directa de Dios.
Sin embargo, la historia no termina ahí. En el Nuevo Testamento, Jesús es referido como el “segundo Adán” (1 Corintios 15:45). A través de su vida, muerte y resurrección, Jesús no solo restauró lo que Adán había perdido, sino que también nos abrió el camino para volver a la comunión con Dios. Jesús, como hombre, labró el nuevo Edén, no solo para sí mismo, sino para todos aquellos que creen en Él. Nos entregó este nuevo Edén para que lo sigamos labrando y extendiendo por toda la tierra, porque el Hijo vino para cumplir toda justicia del Padre.
La palabra “labrar” en el contexto bíblico implica más que simplemente trabajar la tierra. Significa cultivar, cuidar y hacer fructificar lo que Dios nos ha dado interna y externamente. En el Nuevo Testamento, esta idea se extiende a nuestras vidas espirituales y a la misión que Dios nos ha encomendado. Jesús dijo en Juan 17:20-23:
“Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.”
Aquí, Jesús ora por la unidad de sus seguidores, una unidad que refleja la relación entre Él y el Padre. Esta unidad es esencial para la misión de extender el Reino de Dios en la tierra. Labrar este Edén que Jesús nos ha dado implica trabajar juntos en unidad, guiados por el Espíritu Santo, para manifestar el amor y la justicia de Dios en el mundo.
Dios se ha provisto de hombres y mujeres que, con coraje y dedicación, han antepuesto sus vidas en favor de otros. Estos individuos, a través de su sacrificio y servicio, han sido ejemplo de lo que estamos llamados a ser, hasta lograr en Cristo ser hechos uno con Dios, reflejando su carácter y propósito. La historia de la iglesia está llena de ejemplos de personas que han labrado el Reino de Dios con sus vidas, extendiendo su influencia y llevando el mensaje de salvación y justicia a todos los rincones del mundo.
El propósito divino es que el hombre, creado a imagen y semejanza de su Creador, se perfeccione por la dirección del Espíritu hasta hacerse uno con Dios. Este proceso de perfeccionamiento no es fácil y requiere dedicación, valentía y una profunda conexión con Dios. A medida que nos sometemos a la guía del Espíritu Santo, somos transformados y capacitados para cumplir con la misión que Dios nos ha encomendado.
En resumen, el primer Adán perdió el Edén debido a su desobediencia, pero el segundo Adán, Jesús, lo restauró y nos lo entregó para que lo sigamos labrando. Labrar en el contexto del Reino de Dios implica trabajar en unidad, guiados por el Espíritu Santo, para manifestar el amor y la justicia de Dios en el mundo. A través de este proceso, nos hacemos uno con Dios, reflejando su carácter y propósito en nuestras vidas.
II
Dios, en su infinita sabiduría, nos enseña a través de patrones y ejemplos para que no erremos en su justicia. El testimonio del viejo pacto, establecido con Israel, nos proporciona una guía clara sobre cómo debemos vivir y actuar bajo el nuevo pacto en Cristo. Jeremías 31:31-34 nos habla de este nuevo pacto:
“He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque fui yo un marido para ellos, dice Jehová. Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón; y yo seré a ellos por Dios, y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová; porque todos me conocerán, desde el más pequeño de ellos hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado.”
En el viejo pacto, Dios sacó a Israel de la esclavitud en Egipto, un destino de muerte, y los llevó a la tierra prometida. Este acto de redención es un patrón que se repite en el nuevo pacto. Así como Israel tuvo que conquistar y arrebatar la tierra que Dios les había dado, nosotros, como creyentes en Cristo, debemos arrebatar y ejercer dominio en el mundo entero para Él. Esta herencia no es solo física, sino espiritual.
En el nuevo pacto, nuestras armas no son carnales, sino espirituales. La lucha ya no es contra carne y sangre, sino contra principados, potestades y fuerzas espirituales de maldad en las regiones celestes (Efesios 6:12). Dios nos ha dado armas de luz, poderosas para buenas obras, para que podamos extender su Reino en la tierra. Estas armas incluyen la oración, la fe, la palabra de Dios y el amor, que al ponerlos al servicio del Reino, derrumban todo argumento de hombres que se niegan a rendir cuentas a Dios.
Así como Israel tuvo que conquistar la tierra prometida, nosotros debemos conquistar el dominio espiritual sobre el sistema del mundo. Este es el verdadero gobierno, ya que lo que no se ve está por encima de lo que se ve. Jesús nos enseñó que el Reino de Dios no viene con advertencia, sino que está entre nosotros, los hacedores de justicia (Lucas 17:20-21). A medida que vivimos y actuamos conforme a los principios del Reino, manifestaremos la realidad de ese Reino en la tierra.
El testimonio de Israel en el viejo pacto nos enseña que la obediencia y la fe son esenciales para conquistar la tierra que Dios nos ha dado. Israel tuvo que confiar en Dios y seguir sus instrucciones para tomar posesión de la tierra prometida. De la misma manera, nosotros debemos confiar en Dios y seguir la guía del Espíritu Santo para extender su Reino en la tierra.
En resumen, Dios nos enseña a través de patrones y ejemplos para que no erremos en su justicia. El viejo pacto nos proporciona un modelo de redención y conquista que se aplica en el nuevo pacto en Cristo. Así como Israel tuvo que conquistar la tierra prometida, nosotros debemos arrebatar el dominio para Cristo, utilizando las armas de luz que Dios nos ha dado. A través de la obediencia y la fe, podemos manifestar la realidad del Reino de Dios en la tierra.
III
En el nuevo pacto, Dios nos llama a ser reyes y sacerdotes, un rol que implica liderazgo, servicio, dedicación y mucho coraje. Este llamado no es solo para nuestra generación, sino también para preparar a las generaciones futuras para que continúen construyendo el Reino de Dios. Para cumplir con este propósito, debemos ser esforzados y valientes, dedicados y llenos de coraje.
La construcción del Reino de Dios requiere esfuerzo y valentía. La palabra “esforzado” implica dedicación, y la palabra “valiente” implica coraje. Estas cualidades son esenciales para enfrentar los desafíos y obstáculos que se presentan en el camino. En Josué 1:9, Dios le dice a Josué:
“Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas.”
Este mandato es igualmente relevante para nosotros hoy. Debemos ser dedicados en nuestra misión y tener el coraje de enfrentar cualquier adversidad, sabiendo que Dios está con nosotros.
Labramos en el contexto del Reino cuando manifestamos en la creación lo que Dios ha puesto en nosotros. Esto significa utilizar nuestros dones y talentos para servir a otros y glorificar a Dios. José, el hijo de Jacob, es un excelente ejemplo de alguien que labró en diferentes contextos. Como hijo, esclavo, presidiario y político de alto rango, José siempre manifestó a Dios en su vida. Su fidelidad y dedicación le permitieron cumplir con el propósito que Dios puso en él, incluso en las aflicciones y circunstancias más difíciles.
Nuestro llamado como reyes y sacerdotes también incluye la responsabilidad de preparar a las generaciones futuras. Debemos formar a los jóvenes para que ellos puedan llegar más lejos de lo que nosotros hemos logrado. Esto implica enseñarles los principios del Reino, guiarlos en su caminar con Dios y equiparlos para que puedan enfrentar los desafíos del futuro.
Nosotros, como el nuevo hombre en Cristo, estamos llamados a cumplir nuestra parte en el nuevo pacto con Dios. Esto significa manifestar con excelencia lo que Él ha puesto en nosotros, para así mostrar su gloria al mundo. Jesús es nuestro ejemplo supremo. Él vivió una vida de perfecta obediencia y servicio, manifestando la gloria de Dios en todo lo que hizo. Siguiendo su ejemplo, podemos cumplir con nuestro llamado y extender el Reino de Dios en la tierra.
En resumen, para construir el Reino de Dios, debemos formarnos como reyes y sacerdotes del nuevo pacto, dedicados y valientes en nuestra misión. Debemos labrar en el contexto del Reino, manifestando en la creación lo que Dios ha puesto en nosotros. Además, tenemos la responsabilidad de preparar a las generaciones futuras para que continúen esta obra. Siguiendo el ejemplo de Jesús, podemos cumplir con nuestro llamado y manifestar la gloria de Dios en la tierra.