Queridos hermanos, explorar la belleza y el poder del lenguaje de revelación en las Sagradas Escrituras, es un reflejo de esa naturaleza espiritual que nos impulsa a buscar la verdad de Dios. ¿Llegaste a ver cómo los insectos son atraídos por la luz blanca de una noche lluviosa?, analicemos más de cerca ésta alegoría: la luz natural (la de la luna) revelará las sombras de nuestro desorden interno, y si no obramos primeramente sobre esas sombras, la misma palabra terminará siendo tropiezo, no por ella, sino por nuestra propia necedad de hacerla tropiezo (nuestra propia luz), y como les pasa a esos insectos, esa luz blanca y cercana terminará cegando sus vidas.
La Biblia, ese faro de sabiduría eterna, nos advierte sobre los peligros de buscar la revelación sin atender primero nuestros desordenes a través de ella. En 1 Corintios 14:33, se nos recuerda que “Dios no es Dios de confusión, sino de paz”. Este versículo nos enseña que la revelación divina es un reflejo de la paz, fruto del orden precedente que debe reinar en nuestras almas. Si permitimos que el caos interno nuble nuestra búsqueda, la palabra de Dios puede convertirse en un arma que se vuelve contra nosotros, como un espejo que en lugar de reflejar nuestra mejor versión, muestra las fracturas de nuestro ser.
En Santiago 1:23-24, leemos que “Porque si alguno es oidor de la palabra pero no hacedor de ella, este es semejante al hombre que considera en un espejo su rostro natural. Porque él se considera a sí mismo, y se va, y luego olvida cómo era”. Este pasaje nos advierte sobre la autocomplacencia y la superficialidad en nuestra relación con la palabra de Dios. La revelación debe mover al hombre hacia su auto observación, a la acción y al cambio, no a la admiración pasajera de su propia sabiduría.
Y en Mateo 7:26-27, Jesús nos dice: “Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió la lluvia, y vinieron los ríos, y soplaron los vientos, y golpearon contra aquella casa; y cayó, y fue grande su caída”. Aquí, la revelación es comparada con un fundamento sólido para nuestras vidas. Si ignoramos nuestro desorden interno y construimos sobre él, la casa de nuestra espiritualidad se derrumbará ante la primera tormenta.
Amados, la revelación bíblica es una invitación a mirar dentro de nosotros mismos, a ordenar nuestro interior antes de buscar respuestas divinas a los anhelos del corazón. Dios no está para resolver “nuestros problemas”, Dios está para guiarnos a hacer su justicia, y esa justicia nos llevará al orden que solucionará “los problemas”, dejaremos de apropiarnos de los problemas como si fueran el producto de un supuesto karma o de una mal llamada maldición generacional con la que tenemos que caminar para destruirnos en la auto conmiseración.
Buscar el orden es justicia que nos propone el Creador, eso que llama Pablo el “Ministerio de la reconciliación” que nos fue dado, que requiere honestidad, humildad y la voluntad de transformarnos según su palabra. Cuando abordamos las Escrituras con un corazón abierto y un espíritu dispuesto a la corrección, la revelación se convierte en una herramienta de construcción, y no de ceguera espiritual que nos destruye.
Antes del apostolado, del pastorado, antes que la familia, del servicio, antes de cualquier iniciativa espiritual, debemos abordar el ministerio de la reconciliación, el primer ministerio de todo hombre, eso fue lo que hizo Pablo luego de su encuentro con Jesús, la instrucción fue ir donde Ananías y poner orden en su vida (Hechos 9:10-19).
Que la luz de la revelación ilumine las sombras y quite las escamas, que la palabra de Dios sea el timón que guíe la barca del tiempo que nos tocó en el mar agitado de la vida, y que cada uno de nosotros sea un hacedor de la palabra, no solo un oidor. Con cada versículo, con cada palabra revelada, acerquémonos más a la imagen de Dios que está en cada uno de nosotros por Cristo.
En conclusión hermanos, la revelación es un regalo divino, pero también una responsabilidad. Es un llamado a la introspección y al cambio. Que abracemos la revelación con un espíritu ordenado y que la palabra de Dios sea siempre nuestro guía y consuelo. Amén.