Había una vez un continente situado al otro lado del océano, al que no había llegado la presencia de los santos (señores con propósito).
Un día el Rey hizo saber su edicto, este decía que su Hijo primogénito tomaría de sí mismo para enviar santos (con su imagen y semejanza) llamados por Él para viajar a ese continente con el propósito de sojuzgarlo y enseñorearlo. Debían multiplicarse y dar frutos en esa nueva tierra, hasta extender el dominio de su Rey a lo largo y ancho del nuevo continente.
Esa era su voluntad, su plan para con los santos que había enviado a establecer su Reino sobre la tierra.
Los santos que viajaron llevaron consigo su lengua (idioma), sus leyes, sus costumbres y la cultura del Reino al que pertenecían.
A ese nuevo Reino solo podían tener acceso aquellos que tuvieran la misma imagen de su Hijo primogénito por toda la eternidad.
Y la gloria del Rey fue extendida más allá de sus fronteras a causa del testimonio de los que habían sido escogidos para ésta magnífica obra.
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A grandes rasgos, resumí en cortas líneas el plan divino de Dios para con los hombres.
El Reino de los Cielos es aquel lugar donde el Hijo de Dios gobierna como Señor y Rey… Y una vez que éste Reino celestial es trasladado a la tierra, ese mismo Rey de gloria gobierna a través de hombres sujetos a Él y que trabajan en alcanzar su estatura.
Lamentablemente hay muchos hombres de los llamados escogidos que perdieron la lengua, las leyes y la cultura de ese Reino, extraviados en la desunión de su corazón con el primogénito de la creación.
Sin embargo, la salvación es el paso por el cual el primogénito de la creación rescata al hombre que ya no tiene imagen y le devuelve su posición y su estatus dentro del Reino.
El fin no es la salvación, el fin es el Reino. No tendría sentido un sacrificio tan grande si no se restituyera el destino del caído a su gloria en Cristo.
El evangelio (buenas nuevas) no sería nada sin su tema central, EL REINO.
Esta fue la predicación de Jesucristo. Usar la palabra evangelio sin decir «Reino» es descontextualizar el propósito divino.
Nosotros como hijos debemos estar apercibidos y unánimes en función del Reino de los Cielos, y no desenfocarnos en diatribas de religiones, denominaciones, doctrinas, legalizaciones, esquemas, tradiciones y creencias que nos dividen. Eso es lo que el enemigo quiere.
¡UNIDOS EN FUNCIÓN DEL REINO! esa es la instrucción y la postura correcta.
Jn 17:21: “para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.”
Pregúntate: ¿hablo la lengua del Reino?, ¿camino y vivo como ellos?, ¿estoy sometido a las leyes del Reino?, ¿practico la cultura del Reino?
Las religiones buscan que el hombre llegue al cielo, por eso todas fallan en su origen, como la torre de babel.
El Reino busca la tierra haciendo a los hombres señores de ella y colocando a Cristo como su cabeza y su Rey.