Cestio Galo

Cuando veas las barbas de tu enemigo arder, pon las tuyas en remojo...

      Conocí a Cristo de 37 años, y busco en mi memoria lo que tenía ocupada mi mente en ese tiempo y la fuerza que le imprimía a esos pensamientos.

Venía de salir de la banca rota total, con el orgullo aplastado, buscando una segunda oportunidad para tratar de hacer mejor las cosas.

Bajé la cabeza y me humillé pidiendo ayuda a alguien que juré jamás acudiría. Sin darme cuenta, no lo sabía, pero mi actitud era como la del rey David después de perder al hijo producto del adulterio con Betsabé. El rey nunca volvió a ser el de antes, ni yo tampoco, ahora era mas pausado, comedido en la toma de decisiones y más consciente de mi mortalidad pero vista como fragilidad ante un mundo implacable.

Pienso que uno de los problemas del ser humano apartado de Dios, es tener la más errónea percepción sobre nuestra condición de mortalidad, viéndola de lejos, como algo que va a ocurrir eventualmente, pero hasta allí.

La muerte es el recordatorio más tangible de nuestra fragilidad, es la fecha del vencimiento de contrato que el dueño del inmueble (Dios) al que llamamos cuerpo, tiene en su potestad ejecutar cuando Él quiera.

Esta ligera manera de pensar la tienen en común todas las personas que han buscado ser independientes a lo largo de su vida. Irónicamente, los hombres y mujeres más exitosos en el fatuo mundo de la independencia terminan sus días dependiendo de otras personas para que les cambien los pañales.

Jn 19:15: “Pero ellos gritaron: ¡Fuera, fuera, crucifícale! Pilato les dijo: ¿A vuestro Rey he de crucificar? Respondieron los principales sacerdotes: No tenemos más rey que César.”

La Israel de los tiempos de Jesús fué la más apóstata de toda la historia de esa nación hasta el primer siglo. No es que Jesucristo no haya sido visto como su rey, es que dijeron que el César era su rey. La apostasía en su máximo esplendor.

Cestio fué el hombre que le daría cumplimiento a la profecía de Cristo cuando dijo en Lc 21:20-22: “Pero cuando viereis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado. 21 Entonces los que estén en Judea, huyan a los montes; y los que en medio de ella, váyanse; y los que estén en los campos, no entren en ella. 22 Porque estos son días de retribución, para que se cumplan todas las cosas que están escritas.”

Cestio fue el gobernante romano que sitió Jerusalén antes de su final destrucción. Algunos historiadores dicen que Cestio fue vencido por los Judíos, otras versiones hablan que él desistió de repente de su asedio, retirando a sus tropas repentinamente.

Increíble, los Judíos creyentes en Jesús tuvieron la oportunidad de escapar:

Mt 24:31: “Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos, desde un extremo del cielo hasta el otro.”

Éstos Judíos creyentes, este remanente escogido salió de la moribunda ciudad que celebraba con aires de triunfalismo, los Judíos apóstatas pensaban que JEHOVÁ estaba con ellos por “haber vencido a Cestio”, sin darse cuenta que la sombra de muerte vendría sobre ellos como una gran ola de legiones romanas contadas en 60 mil vidas y encabezadas por el cuerno pequeño que hablaba grandes blasfemias llamado Tito.

Hoy cada uno de nosotros tiene a Cestio respirando en la oreja en estos tiempos de gentiles, el último aviso del final de contrato de alquiler, un alquiler que no tiene prórroga, que no sabes el día ni la hora.

Quizás celebras tu falsa y vana independencia que has logrado con “tus fuerzas”, como lo hizo la Jerusalén apóstata, pero cuando veas que el mundo que has construido se te viene encima, quebrándose como hojas secas, entonces entiende, arrepiéntete y huyas a tiempo a los brazos de Cristo. Él te está esperando.

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