¿Arrepentimiento?

Cuando queremos correr sin aprender a caminar, ¿qué nos puede pasar?...

¿Por qué pecamos?, ¿por qué después de entender el mal que nos hace pecar lo seguimos haciendo, y peor aún, a conciencia?, ¿por qué nos “arrepentimos” y luego volvemos a caer en lo mismo?.

Dar un paso en falso es la respuesta clave a todas las preguntas anteriores. Cuando damos un paso en falso el riesgo de caída es inminente, es no estar seguro de:

– ¿dónde voy a pisar?

– ¿cómo lo voy a hacer?

– ¿lo quiero dar realmente?

El arrepentimiento que no es genuino se asemeja a dar un paso en el mismo terreno fangoso que sirve de apoyo al otro pie.

El clímax de la vida en Cristo es dar un paso de fe que nos hace entregar a Cristo nuestro corazón, ese paso implica necesariamente arrepentimiento.

Las promesas del reino pareciera que se nos escapan entre los dedos como si fuera arena, esto se debe a que iniciamos una vida en Cristo con un arrepentimiento falso, ese que no experimenta dolor y determinación.

El evangelio del arrepentimiento es la piedra fundacional del evangelio del reino. Te lo explico así: no hay buenos y malos en el reino, hay arrepentidos y no arrepentidos. En esencia todos pecamos, así que lo único que provocará una distinción real entre el trigo y la cizaña es el arrepentimiento.

Arrepentirse es desarraigar la mala semilla de cizaña que sembró satanás en nuestros corazones cuando no estábamos atentos al mundo espiritual. De esa semilla brotó una raíz que se encarnó, es decir, se hizo una con nuestra humanidad.

Todo desarraigo produce dolor, una forma de entenderlo es a través del sentimiento que experimentan las personas que migran a otros países. Sufren por abandonar un estilo de vida conocido y familiar.

No existe arrepentimiento sin dolor. Aquí la pregunta necesaria sería: ¿Qué tanto dolor?. La respuesta sería un dolor tan fuerte que no provocará volverlo a experimentar. 

Arrepentirse significa abandonar lo que se quiere por saber que te mata, sí, suena aterrador abandonar lo que se quiere porque te hiciste uno con lo que quieres.

Cuando desarraigas la cizaña de tu corazón produces una herida que puede ser sanada con humildad y mansedumbre, estos son los abonos imprescindibles para la nueva semilla de fe, de la cuál brotará una nueva raíz que nos hará operar en el Reino de los cielos. 

De Dios son los cielos y la tierra, su reino es amplio, la muerte de Cristo devolvió la jefatura de la tierra al Reino de Dios. Y si nos vamos aún más atrás, el cordero que fue inmolado antes de la fundación del mundo, fué la garantía de una tierra que  siempre le ha pertenecido a Dios, y los salmos cuentan estas maravillas. 

Nosotros somos los dueños de casa, somos nosotros los que decidimos quién entra y quién sale por la autoridad del Espíritu Santo que mora en nosotros. Somos los únicos herederos de ésta tierra que señoreamos y sojuzgamos en nombre de Jesucristo.

Pero estas palabras bonitas y poderosas no significan nada sin el arrepentimiento genuino, sin el sacrificio correcto que exige ejercer la ciudadanía del Reinos de los Cielos.

Mt 13:41: «Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles, y recogerán de su reino a todos los que sirven de tropiezo, y a los que hacen iniquidad,»

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