La historia de Jesús y la mujer adúltera, narrada en Juan 8:1-11, es un relato poderoso que revela la misericordia y la sabiduría de Jesús. En esta escena, los escribas y fariseos traen a una mujer sorprendida en adulterio ante Jesús, buscando atraparlo. Según la Ley de Moisés, esta mujer debía ser apedreada. Sin embargo, Jesús responde de una manera inesperada y llena de sabiduría.
Jesús no estaba interesado en condenar a la mujer. En lugar de eso, su objetivo era revelar la hipocresía de los acusadores y ofrecer una oportunidad de redención. Cuando los fariseos le preguntan qué se debe hacer con la mujer, Jesús responde: “El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella” (Juan 8:7). Esta respuesta hace que los acusadores se retiren uno por uno, comenzando por los más ancianos.
Jesús utiliza esta situación para confrontar la actitud condenatoria de los fariseos. Ellos estaban más interesados en condenar a Jesús, para mantener así su posición de poder en el reino de sus intereses mezquinos, que en la verdadera justicia. Al decir “El que de vosotros esté sin pecado…”, Jesús les recuerda que todos son pecadores y que no tienen derecho a juzgar a los demás buscando condenación (Romanos 3:23), Jesús nos enseña una gran lección, nosotros, los hijos de Dios, estamos en esta tierra para juzgar a las naciones a fin de traer restauración y no condenación. Además, Jesús vino para que, después de ser salvados, las personas pudieran entrar en el propósito divino.
Después de que los acusadores se van, Jesús se dirige a la mujer y le pregunta: “¿Dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?” Ella responde: “Ninguno, Señor”. Entonces Jesús le dice: “Ni yo te condeno; vete, y no peques más” (Juan 8:10-11). Aquí, Jesús muestra su misericordia y ofrece perdón, pero también llama a la mujer a una vida de arrepentimiento y cambio.
El propósito de Jesús no era solo evitar la condena de la mujer, sino también ofrecerle una nueva oportunidad de vida. Jesús vino al mundo para buscar y salvar lo que se había perdido (Lucas 19:10). Su deseo es la redención y la salvación de todas las personas, no su condena (Juan 3:17). Además, Jesús vino para que, después de ser salvados, las personas redimidas, extiendan el Renio de los Cielos en esta tierra.
Caminar una vida sin pecado, implica necesariamente vivir de acuerdo con la voluntad de Dios y cumplir su propósito en nuestras vidas (Efesios 2:10).
Un aspecto interesante de esta historia es lo que Jesús estaba escribiendo en la arena. Muchas personas se enfocan en este detalle, especulando sobre qué podría haber escrito. Sin embargo, al centrarnos en este aspecto, corremos el riesgo de perder de vista el mensaje principal de la historia. Lo importante no es lo que Jesús escribió, sino lo que hizo y dijo. Jesús no se deja manipular ni emboscar, no cae en el juego de las personas y sus maquinaciones, Él mostró lo poco importante que son los deseos perversos de las personas, desviando la atención al escribir sobre la arena.
Hoy en día, los ministros y sus congregaciones sin ánimo de generalizar, están muy pendientes de las formas, pero no del fondo. Gastamos mucho tiempo hablando si es bíblico que una mujer use falda o pantalón, que si ésta música es o no es bíblica, y que si es bíblico o no bailar entre tantas otras. Parece que buena parte de la iglesia se la pasa escribiendo en la arena.
¿Qué puede ser tan banal como escribir sobre la arena?. Jesús enseña que los actos de los hombres sin Dios son como escribir en la arena. Más aún, los actos de los hijos de Dios son como escribir sobre la piedra.
La historia de la mujer adúltera nos enseña varias lecciones importantes. Primero, la misericordia de Jesús es más grande que cualquier pecado. Segundo, antes de juzgar a los demás, debemos examinar nuestras propias vidas y reconocer nuestra necesidad de perdón. Y tercero, el perdón de Jesús siempre viene acompañado de un llamado a cambiar y vivir una vida nueva.
La historia de Jesús y la mujer adúltera es un recordatorio poderoso de la gracia y la misericordia de Dios. Nos desafía a abandonar la hipocresía, a reconocer nuestra propia pecaminosidad y a aceptar la oferta de perdón y redención que Jesús nos ofrece. Al igual que la mujer, todos tenemos la oportunidad de comenzar de nuevo, libres de condena, y vivir una vida transformada por el amor de Cristo.